Supe de tu vuelo fructífero,
y descubrí el mar en tus ojos,
cuando alcancé mirarte por la nuca vencida,
entendí al azúcar que ardía ya en tus labios desfallecidos.
Salí huyendo de tus brazos
y busqué el aleteo que me eleva y hace vivir,
no es un sueño todo lo perdido, más allá
de tu cintura se agolpan tristes los trigueros.
Busqué un gesto que me salvara,
y en hallarte más me hundía,
entonces crucé la frontera donde habita el olvido,
vendí mi alma al dolor de encontrarnos algún día.
¡Que liberación saberte tras un libro mio!,
musitar unas palabras atropelladas,
y decir tu nombre por si apareces entre poemas
en la tarde solemne, radiante Verónica.